Aclaración previa. Una
plegadera es una herramienta para que se
utiliza en
manualidades tales
como el scrapbooking o la encuadernación
para doblar papel correctamente. Puede parecer una nimiedad, pero en el
cartonnage, que todo quede bien es una cuestión de milímetros y también
de que un pliegue esté correctamente realizado.
Hecha la aclaración,
sigamos con
el post.
Esta
es una frase sin sentido para toda aquella persona que no ha usado en
su vida una plegadera. Si además de explicar lo que es, se ve una imagen
de la misma, esta frase adquiere mayores connotaciones sexuales de las
que previamente ya pudiera tener.
Pues sí, es una frase que
escuché en
un taller de
manualidades. Hizo que todas las chicas que
estábamos allí nos echáramos a reír. Claro, no por la utilidad de la
plegadera en sí, sino por su doble sentido, por supuesto. Y
como si
fuéramos chiquillas, seguimos haciendo frases de doble sentido durante
un buen rato para
seguir riéndonos. Como si ninguna de nosotras
hubiéramos hablado de sexo nunca.
No era
este el propósito
de la
entrada de hoy en
el blog. Pero me parece bastante apropiado después de
varios acontecimientos de estos días.
No sé cómo
expresarlo, para
no explicarme mal,
ni para que tampoco se me malentienda. El
sexo, la
sexualidad sigue siendo un tema espinoso en el siglo XXI. No
porque no
sea natural
ni esté en las conversaciones
del día a día.
Precisamente
por eso, quizá. Porque hemos intentado darle demasiada “naturalidad” que
realmente ha perdido el sentido de la naturalidad y de la espontaneidad
y ha pasado a ser
un tema totalmente banal.
Es decir, hablamos de
sexo y de la sexualidad como si realmente viviéramos en una película
porno todo el tiempo.
Decimos y escuchamos con total naturalidad:
a ese
chico/a esa chica me la trincaba (follaba, tiraba,…). Sin embargo,
seguimos viviendo nuestras relaciones sexuales con pudor y clasificando
lo que se puede hacer o no dentro de un dormitorio, enjuiciando las
relaciones del resto de las personas que nos rodean.
Igual que
cuando hablé del amor, no me siento capaz de decir qué es lo aceptable y
lo que no dentro de la sexualidad de cada uno.
Eso sí, también me
niego
a que otros me digan lo que es aceptable de mi propia sexualidad o de
la de los demás.
Por ejemplo, este fin de semana se ha celebrado
el Orgullo Gay. Muchos heterosexuales se preguntan cada año el porqué de
que se celebre esta fiesta y qué tiene de Orgullo ser gay. Hombre,
pues
mire usted.
Vamos a partir de
un punto de vista, yo no soy gay,
pero
entiendo que el colectivo LGTB festeje con una serie de eventos por la
tolerancia y la igualdad, para recordar
los disturbios de Stonewall. El
día de la mujer trabajadora también se conmemora y nadie se rasga las
vestiduras.
Otro ejemplo. No entiendo
tampoco ese doble rasero
para medir las relaciones entre hombre y mujer que las que hay entre una
mujer y
un hombre. Todo esto desde la adolescencia.
Llevo escuchando
toda mi vida en todas partes que unos padres que tienen una hija tienen
muchos más problemas que unos que tienen un hijo. Señores, ¿en qué siglo
vivimos?
Por favor. Seguimos pensando que si una chica se lía con
muchos chicos es una guarra, pero en cambio si un chico no se lía con
muchas chicas es marica, si lo hace, es un machote. Me
niego. Me
niego. Y
me vuelvo a
negar.
Vale, sé
que no puedo cambiar
el pensamiento y
la forma de actuar de todas y cada una de las personas que componen
este mundo. Pero sí puedo cambiar la de una, que soy yo. Así que en este
tema intento actuar como me da la gana, sin hacer daño a nadie, por
supuesto, pero sin dejar que mi vida sea condicionada por las
constricciones morales (o
amorales)
de otras personas.
Mi
principio siempre es el mismo: actuar sin hacer daño a nadie. Y para no
hacer daño, hay que respetar, cosa que no todo el mundo hace.
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